domingo, 26 de marzo de 2017

RULFO, EL AMOR POR EL AIRE DE LAS COLINAS Carlos Mario Garcés Toro

Bello el amor de Juan Rulfo por Clara Aparicio. Rulfo, Rulfo, el que como pocos, el que entre los mejores, plasmó en giros insospechados y poéticos el paisaje del alma y el paisaje del llano. (Ese paisaje y ese llano que todos llevamos dentro). Se conocieron en 1941. Él tenía 24 años. Ella sólo trece. Pero solo hablarían tres años después en el café Nápoles de Guadalajara. “Aire de las colinas”, La llamó Rulfo. Incluso a su cámara fotográfica le puso el nombre de Clara. Con ese “Aire de las colinas” y el ojo reposado de la cámara Rulfo recoge con sensibilidad, inteligencia y vivacidad imaginativa el espíritu de la provincia, las palabras ciertas en boca de los campesinos y los muertos, el inconsciente de todos nosotros. Porque de algún modo Pedro Paramo somos nosotros. En Rulfo no hay retórica. Hay poesía. Supo que había llegado a un punto demasiado alto que no podía superar. Por eso no volvió a escribir nada. Pudo hacerse rico. Pudo escribir lo que quisiera, pero sabía que en ello se advertiría la falta de un óleo melódico interior. Por eso fue fiel con la poesía y consigo mismo. Tuvo dignidad. Hoy Rulfo (mañana Clara) es aire que baja de la colina, o es una flor ligera junto a una alambrada que hiere el horizonte, o es hierba que moja la lluvia, o es terrones de tierra o cascajo que cubren el camino por donde pasan las sombras de los aldeanos y la vacada lenta, lenta a la entrada de alguna provincia de Jalisco. Para ti todo se ha hundido en la niebla del vacío y el silencio. Pero tus palabras continuarán repitiéndose entre los vivos y los muertos, mientras haya un sólo hombre en el mundo, que cuenta silabas y entrelaza palabras, en la trama infinita del alfabeto.

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