viernes, 30 de octubre de 2015

La empresa electoral nos hunde...


“Colombia es una tribu,
país sin educación.
Colombia está prostituida: por todas
Partes reina el estilo hipócrita
En los escritos y en las intenciones”.

Fernando González

Interrogado por los periodistas, el condenado por parapolítica, el ex senador Juan Carlos Martínez (Buenaventura –Valle), afirmó que había encontrado un negocio más lucrativo que el narcotráfico, el contrabando y el paramilitarismo: LA POLITICA. Esta realidad es confirmada cada que se realizan comicios. Cada cuatro años, aumentan los aspirantes a cargos públicos; los candidatos pujan como caballos en una carrera desenfrenada por alcanzar un codiciado trofeo representado en el manejo de un presupuesto público y el control de unos jugosos contratos. El ejercicio político se convirtió en una actividad económica de compra de votos, promesas y pago de favores, con el fin de sumar apoyos en el objetivo de obtener ejecuciones empresariales de costo-beneficio donde el candidato ganador entra a la cosa pública para recuperar la inversión realizada durante su campaña política y acceder a toda clase de prebendas.

Muchos aspirantes a concejos alcaldías, asambleas, senado, cámara y hasta presidencia de la República, pignoran sus vehículos, hipotecan sus propiedades, venden parte de su patrimonio, hacen empréstitos onerosos, para poder financiar los elevados costos de una campaña. Desde el inicio de la carrera hacia el poder ya está contaminado el proceso. Es una rauda cabalgata por un empleo que devolverá los gastos y asegurará beneficios. La esencia de la democracia, es decir, la participación y prevalencia de los derechos colectivos, ya está minada con la feroz competencia entre los derechos particulares de quienes “administrarán” esa misma “democracia”.

Cada candidato amarra unos votos mediante la promesa de satisfacer intereses particulares de sus electores: una beca, una casa de interés social, un “puestico”, unos materiales, etc. La dinámica de la democracia se fragmentó en miles de intereses particulares. Por eso, el sistema político colombiano está haciendo agua como el Titanic destrozado ante los témpanos de hielo, es un naufragio que se torna irremediable a no ser que cambie radicalmente el andamiaje del accionar político. En Yopal, un preso gana una alcaldía; en el departamento del Valle, una señora investigada por varios delitos gana la gobernación; en cientos de concejos municipales son reelegidos concejales que vienen saqueando el erario público. Hay escasas demostraciones de ejercicio político limpio, sin el flagelo de la empresa electoral. La elección para alcaldía de Medellín en sus últimas 4 ediciones es, quizás, un ejemplo de esto. Pero, éste no es el caso de la mayoría de ciudades y municipios de Colombia donde, en lugar de una estructura democrática, se sostiene un mercado de intereses, una pantomima, un equilibrismo ayudado por un consumo inmediatista, necesidades básicas insatisfechas, precaria cultura política.

Que el presidente de la República salga en la televisión la víspera de elecciones a pedir a los electores que votemos por los más honestos  y transparentes, es otra evidencia de la podredumbre de nuestro sistema político. Admite la primera investidura, que se han colado actores ilegales, profesionales del engaño y la estafa, entre los aspirantes a los puestos públicos. Y refleja también la inoperancia de los organismos de control, de los partidos políticos que avalan ciudadanos cuestionados en su aspiración a altos cargos públicos. Configura todo esto una sopa nutritiva para que significativos cargos de dirección queden en manos dudosas, tal como ocurrió con cuatro gobernaciones.
Maquinarias políticas que actúan como carteles empresariales criminales, dominan en muchos municipios del territorio nacional. Ingresar al mundo de la política es una de las pocas actividades que permite salir de pobre en Colombia. A los puestos de dirección aspira cualesquier ciudadano sin importar su nivel de formación ciudadana, profesional y humana. La avaricia brilla en los ojos de muchos de estos personajes cuando hacen campaña preelectoral. Mendigan votos, financian videos extravagantes, desprovistos de propuestas coherentes y viables. La farándula y la charlatanería se apoderaron de las campañas proselitistas. La degradación del oficio político es cada vez más patética.

Mientras los más importantes puestos públicos sean esos botines con altos salarios, bonificaciones y mordidas,  carentes de auténticas veedurías, la política será siempre una empresa para cautivar votantes y perpetuarse en los cargos. Lo dijo el ex congresista parapolítico, un señor que puso dos gobernadores en el Valle del Cauca, los mismos que fueron destituidos poco después de posesionarse por ilegalidades irrefutables. Lejana está la renovación del sistema político, mientras la ciudadanía no ejerza los derechos ciudadanos, mientras haya una masa ignara dispuesta a sostener con sus votos vendidos a esa clase política corrupta que se apropia de los dineros de la salud, la educación, la cultura, la inversión social, científica y ambiental.

Los carteles empresariales de la política se nutren de ese caldo de cultivo que es la ausencia de ciudadanía, el déficit de ciudadanos que exijan productos ecológicos, viviendas bien construidas, calidad de vida en las ciudades, espacio público efectivo (zonas verdes-pisos blandos, arbolado frondoso, quebradas limpias con retiros sin intervenciones, sistemas naturales protegidos), aire limpio, menos autos, menos ruido, etc. Cuando proliferan ciudadanos que compran apartamentos en edificios construidos en zonas de alto riesgo, donde destrozaron el medio ambiente, maltrataron a los vecinos, no cumplieron las obligaciones urbanísticas, siempre habrá constructores aliados con políticos que harán de los Planes de Ordenamiento Territorial su más lucrativo negocio.

El sistema político imperante promueve una guerra de intereses de todos contra todos. Incentiva el voto por el interés particular, atomiza las comunidades. Fortalece el almendrón egoísta que caracteriza la sociedad colombiana. Lo más degradante de nuestro sistema político, es que esos rostros que cada 4 años salen en periódicos y vallas publicitarias –los dinosaurios que se apropiaron de un cargo público-, se atornillan allí durante lustros y décadas gracias a los mismos voticos clientelistas en cada evento electoral. La apatía de quienes no ejercen el derecho al voto, sirve en bandeja, la privatización y el monopolio del manejo de la cosa pública. Esta tragedia fue quizás la única que le faltó dramatizar a Shakespeare, la tragicomedia de una sociedad que se inmola al servicio de una clase política que se enriquece con el usufructo del patrimonio público, sociedad manipulada desde los hilos oscuros de un poder que ella misma entrega a sujetos acomodados y enquistados en un nido de confort y dominio absoluto.
Por lo menos, abracémonos en esta desdicha.

Faber Cuervo

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