domingo, 31 de mayo de 2015

Jorge Alberto Naranjo_ Con un oído oye a Newton y con el otro, a Carrasquilla


Fue viendo a una viejecita llena de achaques, con una asfixia ruidosa y habitante de un cuarto lleno de humo, que Jorge Alberto Naranjo, a sus doce años, decidió que no quería ser médico. Y se lo dijo a su papá: "no quiero ser médico; yo no sé vivir entre médicos y enfermedades". Alfredo, Hijo de Hipócrates que se esforzaba por contagiar a Jorge y a sus demás hijos el afecto por su profesión, respondió apenas resignado que hiciera lo que quisiera.

No creo que haya sido por simple fastidio de ver o tocar fluidos orgánicos. Creo que fue por un dolor cuaternario que se le instaló en el alma, un dolor de humanidad. Mal que en la mayoría de los mortales se llama depresión, en Diderot, Miguel Ángel, Epifanio Mejía y Jorge Alberto Naranjo se llama melancolía. Un médico se lo descubrió desde que tenía tres años, mientras su padre andaba por tierras mexicanas estudiando y, la verdad, gobierna casi todos los actos de su vida; hasta su genio creador.

Es que a él no podían afectarle los fluidos; no podían causarle asco ni terror: con los años llegó a especializarse en fluidos y a convertirse en profesor de ese tema en la Facultad de Minas. Fluidos de la Naturaleza. Gases, líquidos. Fluidos newtonianos y no newtonianos. Y entre éstos están los del cuerpo humano, me cuenta, así como las cremas, los plásticos, las plantas de tratamiento, los de estrellas y galaxias. Ahora él quisiera dictar algunas charlas sobre este asunto "porque en eso, en Colombia estamos en pañales".

Naranjo Mesa es uno de los intelectuales más brillantes de Antioquia. Pensar que ha vivido de la docencia por más de 35 años; ganado reconocimientos en la Universidad Nacional como mejor profesor en varios años, el cual otorgan, básicamente, los estudiantes; dictado centenares de conferencias ¡y no tiene cartones! Sí, en esta sociedad que ha hecho de la educación un negocio basado en diplomas como si éstos fueran los que dictaran las clases, él ha sobrevivido sin ellos. "Él es el último de los mohicanos", dice Óscar González, profesor de literatura en la Universidad de Medellín, por significar que es el último humanista de esta ciudad y el último profesor de los que pueden contar este cuento. González encuentra en ese hombre genial, un ser que cree en la educación sin renunciar a su irreverencia. Lo que lo respalda, para darle de comer a ese sistema que engulle títulos, es un grado en Ingeniería Civil de la Universidad Nacional y un doctorado de la Autónoma Latinoamericana, ambos honoris causa. Y qué más que sus investigaciones que se cuentan por decenas porque él, en todo, habita la desmesura.

"Yo era estudiante de civil y por hacer investigaciones y dictar clases fui postergando la graduación", explica.

Pero diga la verdad: ¿al principio no fue difícil que las directivas universitarias entendieran que podía ser bueno en campos aparentemente disímiles: la ciencia, el arte y la literatura?

"Sí. Les costaba a esos superiores, desde la feudalidad de la Universidad, reconocer que una persona pudiera tener un buen desempeño en un campo y en otro. Por ejemplo, en Bolivariana y la Autónoma dictaba filosofía, historia de la ciencia, antropología, psicoanálisis, sociología. A los de ingeniería, donde daba clases de física, eso les costaba aceptarlo".

Los otros
Es tan huraño, dice, que si por él fuera, habría sido anacoreta. Le seducía la vida en solitario. En un tiempo vivía con un libro de vidas de santos bajo el brazo. Lo que no tenía era vocación de monje.

Es tan sociable, dicen, o al menos lo fue, que tuvo un grupo musical que si bien no podían encasillarlo en un un género musical específico, al decir de Nicolás Naranjo, uno de sus hijos, era más bien roquero. Lo integraban Pilar y Andrés Posada, Fernando Isaza, Mónica Boza y Jorge Alberto. Fernando y Jorge eran los vocalistas. Cuentan -aunque no él- que cantaban canciones de Paul Simon y otras propias. Fusionaban ritmos universales con autóctonos y la gente aplaudía con furor a ese grupo sin nombre.

Es que ese hombre melancólico en general, es también alegre. Mejor dicho, es un tipo raro. "Cuando era niño era la sensación -recuerda su mamá, Alicia Mesa, de 86 años-. Tenía la voz más hermosa del mundo. Cantaba en la iglesia de San Joaquín, donde vivimos. Cantaba: 'ya llegó la fecha dulce y bendita...', ¿conoce esa canción? Pero cuando creció fue como si hubieran volteado el plato al revés. Tal vez por su intelectualidad...".

Marina Barrera, su tercera esposa con quien lleva 30 años y tiene tres hijas y un nieto -con las dos primeras, Mónica Boza y Mónica Villa, tiene de a dos hijos-, confirma que es huraño. "Tiene dos amigos -uno del tiempo del colegio; otro, un alumno de ingeniería que ya poco le consulta- y él prefiere que ellos vengan a la casa a saludarlo que salir por ahí". Y pone otro ejemplo: "le encantan la comida de mar, los postres, el dulce, los chocolates y para disfrutarlos hay que traérselos a la casa".

Jorge Alberto Naranjo no se explica por qué, cuando era profesor en la Facultad de Minas de la Universidad Nacional, lo llamaban El Siete Mujeres, "si apenas tenía una novia: Marina, la que hoy es mi esposa". Sin embargo, reconoce que cuando era más muchacho, sí era mujeriego.

Ángela Ospina Cárdenas, alumna suya en los ochenta y quien, además, lo conocía a él, a su padre y a sus tíos desde Abejorral, de donde son oriundos los Naranjo Villegas y ella también, recuerda: "el era un seductor. No sé si era su erudición, su voz, su forma serena de enseñar o qué hacía que las mujeres se fueran tras él". Pero él, ahora, no se vanagloria de esa condición de donjuán.

El río
Este fumador empedernido no es político. O, más bien "soy liberal y hasta comunista a mi manera". Solo tiene claro que odia el conservatismo por considerarlo retrógrado. Y eso que su papá y sus tíos eran ultrarreaccionarios que tenían en Franco, Mussolinni y Pinochet sus ídolos.

La manera de "luchar" contra la melancolía, según Jorge Alberto, es la desmesura. Escribía horas y horas seguidas. Artículos, ensayos, novelas, más de cien cuadernos de poesía. Cuadernos, sí, porque él escribe a mano todavía. Tuvo una época en la que dictaba hasta dos conferencias por día. "Yo era un río". Se metió de lleno a estudiar la literatura temprana antioqueña, desde el siglo XVIII hasta Carrasquilla. Y todo, para no estar triste.

"Creo importante apuntar que esa prolijidad de mi papá ha estado estimulada por el uso de café, cigarrillo y marihuana -comenta Nicolás Naranjo-. Ya no consume más ésta, que le ayudó tanto a superar los cuadros de epilepcia de hace unos años; las otras dos, sí".

Tras pedirle a la empleada doméstica que cambie el cenicero para encender el sexto cigarrillo de la charla, dice que después de la cirugía de corazón, sufrida hace dos años, siente desaliento. Ya no hace tantas cosas como antes. "Lo que uno escribe no es casual -reflexiona Óscar González-. Una bella novela de Naranjo es Los caminos del corazón, del que ahora sufre".

Por cierto, González recuerda el momento en que vio por primera vez a ese hombre genial nacido el 28 de febrero de 1949, en Bogotá -porque su papá estaba prestando servicio militar-. "Yo era un muchacho de 18 años. Fui a la Feria del Libro que se hacía en el Parque de Berrío y el Pasaje Boyacá. Ambos llegamos por distinto lado a tomar el mismo libro: El tiro al arco en el budismo zen, de Eugen Herrigel. Se encontraron las dos manos en el lomo del libro y eso hizo que habláramos un momento". Pero no fue entonces cuando se hicieron amigos. "Lo cierto es que de no haber existido el arte, él y yo no hubiéramos hablado nunca".


Fuente: http://www.elcolombiano.com/con_un_oido_oye_a_newton_y_con_el_otro_a_carrasquilla-LDEC_110128

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