miércoles, 9 de enero de 2013

¿QUÉ NOS QUEDA DEL NADAÍSMO CINCUENTA AÑOS DESPUÉS? (1958-2008)



“No hay cultura, sólo tradición.
No hay independencia, sólo costumbre”.
Cesar Marineche


Para el año de 1958, Colombia era un país inmerso en una cultura tradicional y un ritmo atrasado en su vivencia, de escasa imaginación y una ignorancia atroz, semiurbano  y parroquial, anclado en el pasado de un orden establecido que multiplicaba individuos de espíritu pasivo, indolentes y cauterizados en su vitalidad, actitud y conciencia, que entraba en la alternancia del poder político durante cada cuatro años, entre liberales y conservadores; acuerdo que se suscribió con un brindis y una sonrisa bajo el reiterado sol de la veraniega ciudad de  Benidorm, España, entre los dirigentes Laureano Gómez del partido Conservador, y Alberto Lleras Camargo del partido Liberal.



El acuerdo, llamado Frente Nacional, se promovió con la bendición de la iglesia, y con el beneplácito de los falsificadores de democracias, porque las democracias pueden falsificarse y ser seudoparticipativas, seudorepresentativas, como también dictaduras democráticas que se amparan en un ideal bellamente escrito en la constitución, pero que no son consecuentes con un beneficio común y concreto en la práctica. En su mayoría sólo embudos llenos de retóricas palabras, obras no consumadas, mucho menos hechos o acciones democráticas.



Dicho acuerdo, fue además, avalado todo por el ejercito nacional, que un año antes, una junta militar de gobierno había derrocado a Rojas Pinilla: el mismo Rojas Pinilla que el día trece de junio de 1953 había servido de comodín al bipartidismo como tercera fuerza para desviar la atención de la violencia que se cernía sobre el país.



Lo que ellos no midieron ni tuvieron en cuenta, fue que Rojas Pinilla tenía madera, talante de líder para apoltronarse en el poder. Sin embargo, pueden sucederse históricamente varios Golpes de Estado, pero sino se cambian las estructuras, todo continuará igual, todo seguirá igual en dichos bloques de poder y orden, los mismos que han propiciado la sumisión, el control de los pensamientos y emociones a través de la imposición de una cultura tradicional recibida, una política, una economía, una religión, una educación, un arte, un rígido lenguaje (que es el vehículo del pensamiento) y una forma en el contenido del pensar a su manera, lo cual, moldea en el colectivo espíritus pasivos, pero en ciertos sectores de la población crea a su vez, que paradoja, los antagonismos de violencia que generan la intimidación, la usurpación de las tierras, los secuestros, las torturas, los asesinatos, los desplazados, los exiliados, y la rebatiña por el poder económico y político del que se derivan las normas que en última instancia son las que determinan el horizonte por vivir.




Nosotros, colectivamente hablando, somos un país inmaduro, porque históricamente venimos de una forma impuesta, una forma que se expresa en la exterioridad, por eso somos inauténticos, deformes, torcidos, sin identidad social, menos individual.



Incluso lo que la escuela enseña es una exteligencia: leer la exterioridad. No una inteligencia, que etimológicamente significa leer el interior. Es más, si habláramos de Modernidad, Colombia ha entrado en ella desde la materialidad exterior: o r g a n i z a c i ó n  d e l E s t a d o, industrialización del país y asimilación tecnológica.



Más no una Modernidad entendida desde la racionalización como norma trascendental a la solución del conflicto heredado, que derive o permita un porvenir que reemplace al pasado taimado, insensible, hacedor de muerte, una Modernidad, que en términos sociales, o parafraseando al sociólogo Michel Freitag; “racionalice el juicio de la acción asociada a los hombres, en la cual, además el conjunto de las condiciones históricas, espirituales y materiales, permitan pensar en la emancipación unánime de las tradiciones, las doctrinas o ideologías heredadas, y no cuestionadas ni problematizadas por una cultura tradicional impuesta”. O como lo ha expresado Darcy Ribeiro, en una cita deCobo Borda: “Mientras la tradición puede una norma haciéndola parecer la única admisible, la razón tiene que argumentar con soluciones alternativas”.



En otras palabras, el pueblo colombiano no ha entrado en una sensibilidad totalmente moderna o contemporánea, salvo contadas  excepciones en lo individual.



Es precisamente ante ese horizonte cerrado, ante ese panorama cuadrado de esa sociedad, de esa cultura tradicional recibida desde estructuras de poder, orden y mentalidad dominante contra las cuales, entraron de lleno, a cuestionar, a oponerse y desvirtuar sus modos Gonzalo Arango (nacido en 1931, Andes-Antioquia), y un grupo de audaces muchachos, lectores de Kierkegaard, Sartre,Miller, Jean Genet y Fernando González entre otros. Irrumpieron en la escena con su vitalismo, su actitud, su toma de conciencia, porque ante todo eso fue el Nadaísmo: vitalismo, actitud y conciencia para señalar una sociedad constreñidora entre la forma y el contenido, la misma, que le sirve como filtro, sucedáneo y amarre para a adormecer  el  espíritu, el pensamiento y la emoción.


 Así lo señalaba Gonzalo Arango en el primer manifiesto del grupo, publicado en 1958, en una imprenta de Medellín: “El Nadaísmo, en un concepto muy limitado, es una revolución en la forma y en el contenido del orden espiritual imperante en Colombia.


Para la juventud es un estado (...) consciente contra los estados pasivos del espíritu y la cultura”. En otras palabras, El Nadaísmo fue un cuestionamiento y una oposición a la cultura tradicional recibida, fue un oponerse a las estructuras o bloques de poder y orden, que se han impuesto y se han sucedido en aparente cambio: se había expulsado al opresor español, pero sus mismas estructuras, se habían implantado desde la naciente República en 1810, las cuales no difieren, ni de las estructuras coloniales ni de las actuales o ¿en qué difiere aquella época republicana del Frente Nacional de 1958, o de esta primera  década del siglo XXI, continuadora en su historia sangrienta? Se le podrá cambiar el decorado, el rótulo, “la guasca” si es necesario; se le podrá adicionar la modernidad material, la era del deporte, el cuerpo y el consumismo desmedido, el simbolismo que degeneró en moda y adorno; pero su trasfondo continuará prácticamente en el mismo punto: espíritus pasivos, indolentes y cauterizados en su pensamiento y emoción (en el fondo carentes de culpa, culpa que sobreviene por la forma y el contenido impuestos desde siempre).



Entonces a la pregunta, ¿qué nos queda del Nadaísmo cincuenta años después?
Podemos responder que en la línea de la literatura quedan Los Poemas de la Ofensa y algunos textos más de Jaime Jaramillo Escobar, Vana Stanza de Amilcar Osorio, algunos textos de Gonzalo Arango, de Darío Lemos, de Alberto Escobar Ángel, de Eduardo Escobar, de Jotamario Arbeláez y Jaime Espinel, no sabemos si de Elmo Valencia y Humberto Navarro.


De la otra línea volitiva no queda nada, nada, porque el Nadaísmo fue ante todo un Despierten, Despierten. Un vitalismo, una actitud, una toma de conciencia, y eso hoy entre nosotros escasea, es materia y espíritu digno, insobornable y costoso.




Por eso del Nadaísmo no queda Nada, Nada, Nada...
COMITÉ EDITORIAL

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