martes, 16 de octubre de 2012

LA CASA DE RESFA No 9: Poemas de la vida, Carlos Mario Garcés Toro...


 
LA CASA DE RESFA
 
Poemas de la vida

 

MARTA CACHACA
 
 
Nací en Planeta Rica, un pueblo sabanero de la Costa.
Cuando empezaron las habladurías dejé al niño con mi madre,
y me vine a esta ciudad,
donde terminé viviendo en la casa de doña Resfa.
Nadie supo jamás mi verdadero nombre.
Me hice llamar Marta, pero después le agregaron Cachaca,
por mi elegancia y porque caminaba como una ola invadiendo la sala.
 
Cuando quedaba embarazada le enviaba los críos a mi madre.
Sólo después de que nació Daniel
le pagaba a Nena la ropavejera para que me los cuidara.
 
Trabajé más de cuarenta años en la casa,
y al final terminé sirviendo las mesas sin descuidar mi maquillaje,
por lo cual me gané el apodo cariñoso de payasita.
Cada fin de año se escucha en la radio una canción de música parrandera,
en la que el compositor dice que no hubo ningún coño en la cama
como el de Marta Cachaca.
 
Tres de mis hijos que viven en New York
compraron para mí esta casa,
donde vivo con una muchacha de servicio.
 
No sé si me estaré volviendo loca de amor,
porque cada noche
alguno de los muchos hombres con quienes me acosté en la vida
se me presenta desnudo en la penumbra
y vuelve a hacerme el amor.
 


 

IRENE COSITO FEO

 

 

No tuve gracia física,

pero en la cama mi arte se inspiraba.

Ni las más bellas de la casa

tenían tres o cuatro hombres esperándolas en la sala.

 

Mi secreto era natural y sencillo:

una vez con ellos adentro,

mi coño apretaba y les succionaba hasta el alma,

para hacerles olvidar por un instante

las miserias de este mundo.

 


 

LA COSTEÑA
 
 
Nunca me gustó acostarme
con niños ni con muchachos.
Siempre preferí los hombres de temperamento fuerte,
como yo.
Por eso, de entre casa,
sólo me acostaba con Humberto, el hijo mayor de la dueña.
Con él donde quisiera, como quisiera y a la hora que quisiera.
Era inteligente, gracioso, y tenía una espléndida sonrisa.
Cuando nos dieron la noticia de que lo habían matado,
sólo tenía treinta y tres años,
en el bar La Payanca,
sus mujeres lo lloramos en nueve lugares de la noche,
escondiendo la cara entre las manos.
 

 

EL CUARTO HIJO DE DOÑA RESFA

 

 

John Jairo

contaba sólo dieciocho años

cuando su cuerpo comenzó a hincharse por algún mal desconocido.

Creíamos que engordaba por goloso,

no que estuviese enfermo.

Más tarde supimos lo de los riñones.

Para distraernos por momentos

nos íbamos al cine Olympia,

que quedaba frente a la casa con sus luminosos avisos de neón,

donde aprendimos más que en la escuela sobre amores y odios.

Cuando murió lo llevamos al cerro donde jugábamos de niños,

convertido en un parque cementerio

que sepultó nuestros recuerdos de infancia.

Supimos que había muerto sin conocer mujer.

 

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